miércoles, septiembre 07, 2016

Ibiza, tierras bajas de mosquitos


El Diario publica una foto del jorobado mosquito tigre en una casa de ses Païsses. Es un mal amigo, sus picaduras son dolorosas y persistentes. La noticia ya no es tal: sabíamos que este molesto residenciado es una especie exótica afincada en Ibiza hace al menos dos años.
Podemos consolarnos pensando que aún no hemos descubierto ningún nido del avispón asiático, la abeja asesina que se nutre de las abejas melíferas, tan domésticas y rentables. No nos confiemos, en la zona oeste de Mallorca ya se detectó en su día, pero parece que se ha controlado la proliferación. Este avispón, como el mosquito tigre, procede del Sudeste asiático y no se anda con bromas.
La antigua leyenda nos tranquilizaba, aun sabiendo que es falsa: en Ibiza y Formentera no pueden medrar las serpientes ni otros animales ponzoñosos. Tal creencia procede, al menos, desde tiempos romanos, pero sabemos que Ibiza está bien surtida de plantas venenosas y de bichos en los que es mejor no depositar nuestra confianza, en el mar y en la tierra. Siempre fue así. Hoy las Pitiusas están siendo zarandeadas por la mayor y más violenta invasión de toda su historia conocida, que empezó en el año 654 antes de Jesucristo. Ibiza perdió su aura, con la apoteosis final que significó el trazado de autovías y ampliación de puertos. Estamos más desprotegidos que nunca, hemos agotado los acuíferos, los bosques han tomado el sitio a los campos de cultivo y solo pueden ser detenidos por incendios recurrentes y feroces.
Como si la isla se hubiera convertido en un Arca donde se coleccionan los especímenes más molestos y letales del planeta, sin aura y sin agua, los antiguos fenicios dudan ante su futuro. Jamás se habían sentido en tal peligro de extinción. Pero si preguntas a tu abuela ella te contará que Ibiza era muy distinta: el agua chorreaba en todas partes, había arroyos y torrentes, fuentes y pozos. Los humedales abundaban, sobre todo en la parte más baja cercana al mar en Santa Eulalia, ses Salines, San Antonio y en Vila.
Precisamente por esto, lo que era la bendición del agua abundante, también suponía una maldición: en casi toda la isla había peligro grave de paludismo. Tantas eran las zonas con aguas sobrantes, estancadas. Las tercianas, una amenaza incesante.

Sabían como lidiar con ello, pero hoy los fenicios se muestran desconcertados: todo tan limpio, plastificado, ruidoso, carísimo, asfaltado y... volvemos en pleno siglo XXI a los peligros arcaicos. ¿Y a qué viene este chisporroteo constante de focos? ¿Por qué este derroche de luz descerebrante?