sábado, julio 27, 2013

El relax de los estruendosos


Repiten que son imprescindibles en la Ibiza de hoy, pero sólo abren cuando pueden atiborrar las arcas, o sea cuando los turistas ya vienen por éste o por cualquier otro motivo: son los antros infernales del estruendo. A pesar de que les gusta autodenominarse cielo, limbo, éxtasis, tienen amnesia, viven como pachás turcos o se sienten unos privilegiados. Pocos se salvan de la quema.
Ibiza ha vivido la mar de bien sin ellos durante más de cuatro mil años. Pudieran al menos tener un poco de consideración hacia la isla que los acoge. Pudieran fijarse menos en sus pugnas de competencia entre ellos y en controlar sus estruendos, si van a molestar a una parte de sus vecinos.
Ya sé que les da igual. Algunos tienen el cinismo de seguir empleando la vieja táctica: «Sin mí esto sería un desierto; si no tragáis con mis urbanizaciones, músicas y estruendos se acabará el futuro de la isla». Hombre lo que han acabado, ellos, y solo ellos, es con una capa de turismo muy sustanciosos que ha ido dejando Ibiza por otros sitios, y pienso en Sicilia, Córcega, Cerdeña, sin olvidar el casi medio millón de alemanes que venía y que se ha pasado a Mallorca.
Siete o setenta, porque hacen ruido como setecientos, acaparan ahora el mismo segmento de turismo joven, colocado e irresponsable. Un sector que nos sale carísimo, pues tenemos que dedicar a urgencias lo que quitamos de otros servicios y tenemos a la policía desquiciada por unos cuantos niñatos, mientras tendría que ocuparse de delitos mucho más serios que barren la isla desde que viene este tipo de gente, de camellos, de turistas pirata, de taxistas corsarios. Etc.
Y como mueven mucho dinero, tienen un alto poder convincente entre nuestros políticos bizcochables. Se salvan pocos, desde el socialismo cañí hasta el PP yeyé, que se derrite cuando le destapan una botella de champán en la mesa.
Han inventado incluso una estética. Puede admirarse en los encartes del mismo Diario. Colorido color crema, paisajes idílicos y un uso sistemático de los mismos hippies a los que no dejaban entrar en los años 60 y 70. Pero todo huele a plástico, a falso, a pesar del barniz orientalizante que lo embadurna todo.
El abigarramiento no ataca las entrañas de las discos únicamente, también muchas boutiques padecen una decoración decadente y barroca de una estética entre gay y romántica.
Ahora ya se observa un uso creciente del diseño minimal, pero son una minoría.
Tanto relax queda muy forzado. A mí la gente que se tienen que masajear, que se pierde en el yoga, o que se refugia en estas pseudofilosofías orientales se me antoja que está bastante cascada. Pero tampoco lo sé.
Lo que acaba de joder es que la música de un antro de estos tenga que llenar todo el llano de Sant Jordi o Sant Rafel o que otro impida a los residentes de una zona entrar y salir de sus propias casas. Por ejemplo.
¿Y los que han comprado una casa en Ibiza porque les han prometido unas apaciguadoras tardes de relax y se encuentran de lleno bajo el volcán de estos tíos tan relajados? Y así todo igual. O peor.