miércoles, marzo 28, 2012

Quién me ha robado mi río


Iba a titular estas notas púnicas 'No te rías de mi río', pero caigo en la cuenta de que nadie se está burlando, es que nos lo han birlado. ¡Al ladrón!
¿Nos lo han quitado los mallorquines redactores del Plan Hidrológico? Más bien no, quien nos ha robado el río no es quien lo saca del mapa sino quien le ha secado el agua.
 Maldita sea, ¿son de aquí los malandrines? Son de aquí, sí, los ladrones de aguas, un delito que en la antigüedad estaba muy penado.
 Comencemos por saber qué cosa es un río, porque veo que aquí no lo queremos saber: una corriente de agua llamada caudal que transcurre de forma continua por el interior de un cauce. Puede llevar la corriente a un lago, a otro río (no se le llama río gay, sino afluente) o al mar.

 Ya tenemos más datos: si no hay corriente de forma incesante no estamos ante un río, sino ante otra cosa. Ya sé que en Ibiza siempre discutimos por temas de aguas: hace unos meses tuvimos el placer de terciar en el tema de los uials.
 Deducimos, pues, queridos hermanos en Cristo, que si al agua se le da por detener su manantial, perdemos el río y ganamos un torrente, que tampoco es cosa mala, excepto los que se forman bajo los puentes de las modernas autovías.
Tiene razón don Pep Guasch Cañas, mi querido y admirado capitán (ahora ya debe ser coronel jubilado), en que él siempre ha vivido y recuerda un río, el famoso río de Santa Eulalia del Río. Y es muy propio de él que se acuerde de tantos nombres de soldados amigos –algunos accidentados o muertos por desgracia–, pues ha entregado su vida a la milicia, la enseñanza y a la amistad. Esto le honra y nos honra.
Cañas también es fenicio y cuando le tocan las cosas de Ibiza se enerva. Pero tengo que apelar a su sentido científico como matemático y físico para repasar la geografía elemental y para llegar a una conclusión triste: nuestro río ha quedado sin agua, o sea ya no es un río. Digamos que lució una hermosa melena al viento pero con la llegada del turismo ha quedado calvo.
 Hay ríos muy raros, como los wuadis o uadis que él ha conocido en el Sahara: baja un hermoso río de la montaña helada, comienza a recorrer el desierto hasta que llega un momento en que es tragado, literalmente por la arena. Una escena surrealista.

 En Ibiza no tenemos montañas heladas, son demasiado bajitas. Lo que teníamos en el centro de la isla: unos colosales depósitos bajo tierra, bajo la roca calcárea, que acumulaban la cantidad necesaria de agua para abastecer al río durante todo el año, incluso en julio y agosto, que es cuando los ríos sufren un fenómeno llamado estiaje, cuando quedan con un descarnado chorrito de agua puramente testimonial.
 Es decir, claro que era un río, porque disponía de una fresca corriente de agua que servía para riego y para mover las piezas de varios molinos. ¿Iban a construir los fenicios los molinos de molienda sin la seguridad de disponer del agua?
 ¿Entonces qué ha ocurrido? Pues, ay, don Pepe, que hemos agotado las fuentes y nos hemos quedado calvos. Y si no hay agua, no hay río.
¿Seremos río otra vez con las ayudas de Tanit, de Baal y de Resef? Bueno, sólo si con la extracción accidentada del petróleo nos cargamos el turismo de estas islas y volvemos a la serenidad paupérrima de los tiempos del sano trigo y de la rueda incisiva y metálica del carro de calaix.