miércoles, junio 08, 2016

Ibiza, tóxica contaminación acústica



No son incómodos, son insoportables, dije el otro día y cada año van a peor. No conozco ninguna capital de provincia española que regale tal cantidad de decibelios a sus conciudadanos. Ibiza y puede añadirse San Antonio y Santa Eulalia. Me temo que Formentera ya entra en la lista por méritos propios. Hay demasiado ruido insoportable. Es difícil mantener una conversación o hablar por el móvil. Ya era así hace diez o quince años, ahora veo que es peor. Empeora cada año.

Y en estas llega un tal Yann Pissenen, al que no conozco, pero a quien el Diario dedica una página: “La música al aire libre está en el ADN de Ibiza”. Indago y veo que es el fundador de Ushuaïa, nuestro Fukushima sónico local. Entiéndanme, es una metáfora, porque nadie puede habitar en las cercanías y porque te destroza la salud y no podrás hacer nada por evitarlo.
Vale que no dejen pájaro volando en las cercanías -no me extrañaría que se refugiaran en un sitio más tranquilo como el aeropuerto-, que hayan hecho la vida imposible a sus vecinos desde el primer día, pero que vengan a destrozarnos también nuestra historia ya es excesivo.

En el aire libre” especifica. Encima. Hombre, bromas pesadas no. Si ha habido un sitio silencioso en el Mediterráneo ha sido Ibiza. Claro que los graznidos de alguna gaviota (no tantas como ahora, que encuentran alimento-basura en abundancia) o que los balidos de los rebaños en las horas tempranas o en el atardecer podían molestar a las almas sensibles. Era lo más.

Miren si había silencio, que desde las casas vecinas se podían escuchar a gritos el “missatge” (la triste noticia de un fallecimiento) o los bramidos de la caracola (corn), del pescatero que vendía el pescado y se anunciaba desde kilómetros de distancia, para que las payesas saliesen en su busca en los caminos de carro. Un silencio casi abrumador. Si una colmena se disparataba y salía tras los pasos de la reina gorda, podía oírse el zumbido a cientos de metros.
Esto es nuestro ADN, no estas casas de frenéticos brincones cargados a saber de qué con una música punzante para los tímpanos del desgraciado condenado a soportarlos. Estas casas que se llaman discotecas.

En la ciudad de Ibiza, poco más o menos, aparte de algún relincho o de alguna bocina afónica, el silencio campaba por sus respetos. Hasta que llegó la Marabunta.

Lo de hoy no es nuestro ADN, incluso podría afirmarse que es una agresión continuada y consentida no me explico por qué.