A la crudeza del invierno, con sus accidentes y sus sorpresas terribles, subyacen unas semanas –al menos, quizás meses- de intenso trabajo.
El resumen y la reflexión del verano pasado, que por cierto ha sido muy bueno si lo comparamos con lo que pueda ser el próximo, se verá continuado por muchas jornadas de preparación para las ferias turísticas.
Ibiza ha rascado los fondos arenosos de la crisis, pero no ha embarrancado. Han venido menos turistas, han pernoctado menos y han gastado menos dinero en la oferta complementaria. Pero hemos flotado.
Ahora nos quedan cuarenta días, quizás dos meses, para convencer con el material que tengamos a mano, de que Ibiza merece nueve días de vacaciones. Quince días, ya podemos olvidarlo para siempre.
Nosotros sabemos casi lo mismo que saben los clientes potenciales. En realidad, vivimos en un espacio común virtual, donde compartimos casi los mismos referentes y los mismos datos.
De acuerdo que debemos ser optimistas, siempre hemos de intentarlo otra vez. Hay que repetir, corregir. Pero es que llega un momento en el que uno sólo puede confiar en la sorpresa o el azar. La Ibiza virtual no ofrece pautas fáciles. Europa, España, en recesión o casi rozándola. Eso es malo para Ibiza. Pero que muy malo.
La Ibiza virtual dará como fruto unos batacazos históricos. Incluso numerosos políticos parecen vivir a cuerpo de Rey, sin querer darse por enterados de un déficit que será sonado. Yo sé que ahora ya hay mucha gente que comienza a creer en la crisis.
La ceremonia de la confusión que ofician cada año, de feria en feria, hogaño parece atemperada por la codicia mallorquina: acaparan stands, puestos y promoción. El tiro (de momento en sentido figurado, virtual) les puede salir por la culata. Será un trabajo duro.
Pero Ibiza ya está recibiendo las dosis del cereal que han sembrado: ya se les está avisando que vender Ibiza es casi imposible. Las familias tienen un concepto (más real que virtual) de Ibiza como isla de juventud.
¿Y eso es malo? Es que… es un tipo de juventud hasta el delirio, hasta la extenuación, una juventud drogada, hiperexcitada, una juventud de clubbers que pasan tres días seguidos en las discotecas.
De manera que, si recapitulamos, tenemos una situación que vengo describiendo desde veinte años: la moneda mala desplaza a la buena. El turismo malo desplaza al bueno. Dos décadas o más. Ya está aquí.
Pero como no se ha sabido templar el ambiente falta la guinda: mucha juventud reniega de Ibiza. Mucha juventud ya no quiere drogas, velocidad, vértigo y ulular de ambulancias. Tarrés, al tema sin perder el tiempo.