Digo una cosa, dice el fenicio, que es como empieza cuando la va a contar gorda. Recuerda cómo hace pocas semanas un pobre hombre inconsciente por los efectos del alcohol fue atacado por una pitón y engullido. Cuando la policía llegó, tomó medidas, es decir, sacó fotos a la serpiente engordada por aquel extraño bocado confitado en alcohol. Publiqué la foto en mi blog y en Facebook. Todo el mundo pudo verlo en la prensa. Ocurrió en plena calle, a pleno día, en Kerala, donde van muchos ibicencos en invierno. Lo digo porque si aquí vamos soltando pitones alegremente se va a acabar el hacer la siesta bajo una sabina o un pinar. Que nos muerda la pantorrilla una culebrilla, pues mire usted, a beneficio de inventario y a tirar millas.
Pero una pitón es toda una señora serpiente, y más si es de San Jorge que es un pueblo de llano en donde se come bien. Lo sabían los piratas berberiscos y por esto lo atacaban siempre: por ser el pueblo más próximo a las costas del desembarco y porque siempre han tenido muchos cerdos, corderos y abundancia de cereal. Pero no tentemos la suerte, porque no podrá salvarnos ni el santo patrón de este hermosísimo pueblo, ahora masacrado por unas malas obras que han destrozado gran parte del diseño y quizás del futuro, no lo sé. No tentemos la suerte, no soltemos boas ni pitones porque en San Jorge se alimentan bien y crecen a gran velocidad.
Aquel santo varón llamado Jorge no era catalán, porque genuinamente catalán no hay nada, al menos que yo sepa. Era de Capadocia, en donde Gaudí copió sus famosas chimeneas, torres orgánicas sorprendentes que entusiasmaban a otro catalán universal, a Dalí. San Jorge venció al dragón, pero si alimentamos a las hermosas boas albinas, nuestro San Jorge de Ibiza no vencerá a la serpiente. El fenicio, que ha sido muy dado a la molicie, al buen arroz bien regado con cava francés, tiene un poco de miedo de estirarse bajo una higuera, sabiendo que algún bicho producto de la posmodernidad puede abrazarme, crujirme y engullirme. No tengas miedo, me decían de niño en el atrio del templo dedicado a Melkart (el de los viajeros), pero por Baal, si el miedo guarda la viña, que una imprudencia no vaya a estropearnos la cosecha. Ya sabemos que hemos liberado a la vida salvaje sobre el cemento a tortugas, iguanas, serpientes, caracoles, y otros bichos peludos, pero la Gran Serpiente Blanca rompe moldes. Si vas al mar, es más probable que te acribille una medusa cabreada por tanto olor a aceites protectores antes que te ataque el fiero jaquetón, el gran tiburón blanco, que en realidad solo viene a la costa a rezar antes de morir. O que pises la cáscara de algún erizo despanzurrado que ha abandonado un bañista francés. No es descartable que tengas que enfrentarte a la furia codiciosa de un hamaquero mercenario hinchado de esteroides. Lo normal en nuestra Ibiza robada, que nos la han robado quiere decir el fenicio. Pero lo de la boa me ha dejado caviloso. ¿Cómo te enfrentas a una boa de tres metros? No sean ilusos, no empleen la chirimía para hipnotizarla. Ella tiene hambre y no va de discotecas.