Al menos una vez al año, a veces cada par de meses, sale en Ibiza un técnico venido sabe Dios de dónde (algunos parece que vienen de las puertas del infierno, que son de secano) que propone una idea genial para solucionar definitivamente los problemas de Ibiza. Suelen quedarse en agua de borrajas, pero el peligro es cuando uno de estos nuevos políticos chupiguays modernitos adopta el hallazgo y pretende hacerlo realidad. En este caso, cielo santo, que Dios nos coja confesados.
Todos tenemos en mente algunas restauraciones en Dalt Vila que fueron en su momento nefastas. De otras ideas, desde derribar las murallas hasta fundir la estatua de Vara de Rey, mejor no olvidarse nunca, porque como siempre recordaba Albert Camus «la estupidez siempre insiste».
Recientemente tenemos el Ibiza Centro, el Cetis y alguna que otra obra proyectada que jamás –espero– se llevará a cabo.
Tiemblo ante esas grutas desatascadas de la muralla. Tiemblo ante estos proyectos de ascensores a Dalt Vila. Aquí todo el mundo quiere estampar su sello y firma. Y en caso de obras siempre nos quedará la duda de si, además, no existirá algún tipo de interés más inconfesable.
El último bodrio es el anunciado aparcamiento que pretendían construir literalmente bajo el mar, porque el Martillo está dentro de las aguas. Aquí primero se suelta la animalada, siguiendo la filosofía de Homer Simpson, se crea el problema irresoluble y cuando ya está creado se deja en herencia al desgraciado que nos suceda.
El último bodrio es el anunciado aparcamiento que pretendían construir literalmente bajo el mar, porque el Martillo está dentro de las aguas. Aquí primero se suelta la animalada, siguiendo la filosofía de Homer Simpson, se crea el problema irresoluble y cuando ya está creado se deja en herencia al desgraciado que nos suceda.
Una de las plagas de Ibiza son los vehículos. Ya lo era en 1970. No existirá ni una sola vía practicable para dar vida a la ciudad antigua y marinera que no sea apartando estos vehículos. No están estas zonas diseñadas para esto, ni cabe reforma posible que no sea respetando el espíritu y esencia de esta ciudad histórica. Punto final y ustedes hagan lo que quieran.
En efecto, he leído que esta idea del aparcamiento queda aparcada. En el fondo del mar, podríamos decir, siguiendo con el clima de humedades propias de Ibiza. Contengan la imaginación de los genios y la codicia de los malos políticos.
Más brillante, y esta sí de verdad, me resulta una frase del arqueólogo David Montanero en Ibiza. Habla de las diferencias arquitectónicas entre las casas cartaginesas y las indígenas (de Sicilia y Cerdeña, enclaves fenicios). Responde: «Por una cosa básica: el módulo rectangular o cuadrangular. Los indígenas vivían en cabañas que solo tenían un espacio. Allí hacían de todo. El módulo rectangular permitía añadir espacios y dividir actividades dentro de la casa. Ahí está el cambio que traen los fenicios» (Diario del 20 de noviembre: «Aún hay ciudades fenicias por descubrir»).
Vaya, hombre, ahora resulta que está describiendo exactamente la casa payesa ibicenca. Un recuerdo ahora para Blakstad.
Lo de ´payesa´ es un adjetivo, lo sustancial es su origen oriental, quizás fenicio o cartaginés, con las lógicas modificaciones a través del tiempo. Como es sabido y demostrado, los ibicencos y formenterenses somos fenicios.