Puede que los ibicencos y formenterenses hayan detectado una creciente ola de robos, raterías y sucesos violentos que rompen nuestra tradicional monotonía. Seguro que es así. Las casas de campo solían ser absolutamente tranquilas y a salvo de cualquier agresión o hurto. Las cosas han cambiado. Ahora los delincuentes saben que algunas casas de campo son auténticas fortalezas que esconden tesoros apetecibles. Es triste pero es así, es uno de los cambios de Ibiza y tendremos que aceptarlo. Los ataques con violencia que se han prodigado en los últimos años suponen una angustia añadida a esta crisis interminable que se nos está llevando nuestra calidad de vida por delante. Estos ataques son especialmente descorazonadores, pues ponen en peligro incluso la vida de sus habitantes. Cuando las fuerzas de seguridad detienen alguna banda de ladrones, apalizadores o apaleadores organizados, cunde una sensación de alivio, pero todos sabemos que este asunto tiene difícil solución.
Se acabaron los años de la Ibiza idílica donde apenas se usaban las llaves de la casa de campo. Permanecía abierta todo el día ante la seguridad de que nadie violaría el domicilio. Si nos comparamos con Mallorca o con pueblos peninsulares, no estamos tan mal. De hecho, si se pudieran desterrar las drogas de este mundo, los índices de delincuencia común se desplomarían. Pero no caerá esa breva. Porque quien pudiera (o quienes) poner alivio a este mal no estará por la labor. Deja demasiados beneficios.
La Ibiza invernal sigue teniendo esta curiosa defensa física antes que psicológica, que es la dispersión, que siempre fue un formidable sistema de defensa ante los ataques de piratas o de atacantes organizados. De todas formas, Baleares es la segunda Comunidad con más robos en viviendas. En esta sociedad esquizofrénica que hemos ido consolidando, existe la Ibiza de invierno y la del verano. Una y otra no tienen nada que ver. Por ejemplo, en invierno se van los policías, los que están de baja y los que están de vacaciones, pero además ahora leo que los policías locales formados en Baleares ya piden el traslado apenas pisan la isla.
Conocíamos este fenómeno en algunos funcionarios, en guardias civiles y en policías nacionales: pocos son los que se quedan definitivamente en Ibiza. No es que seamos feos ni que se viva mal en estas costas, pero hemos conseguido enloquecer los precios y la calidad de vida no compensa. Los transportes son carísimos, sin ninguna necesidad y sin ninguna explicación, pues Mallorca goza de otros precios y oportunidades y también es una isla. Así que los policías se van de Ibiza apenas concluye la temporada. Según la Plataforma para la Estabilidad de la Policía de Baleares, solo 8 de los 24 policías preparados son pitiusos. Los de fuera, a la vista de los precios de la vivienda y de la cesta de compra no lo dudan: salen por pies de Ibiza y de Formentera. El tema es complicado y a la vista de esta situación ya son muchos los que piensan en suplir estas carencias con los serenos o contratados de la seguridad privada. No sé si me gusta este arreglo, pero ¿alguien ve otra solución?