sábado, agosto 17, 2013

La mafia nuestra


El caso del empresario ruso Andrei Petrov será muy habitual en España, en Málaga, en Cataluña, quizás en Ibiza, pero me deslumbró el desenlace. El ruso de Lloret de Mar –una especie de Ibiza desenfrenada, entregada a las orgías de alcohol y drogas de los jóvenes ingleses– se puso a sobornar a ediles y comenzó a desembolsar millones. Presuntamente algunos favores fueron a parar –según confesión del acongojado ruso– directamente al alcalde Xavier Crespo, también diputado de CiU. Hombre, acabáramos. El caso es que el ruso estaba tan harto que se entregó encantado a la justicia. «En Cataluña todos tienen un precio». Podría decir en toda España, con el atenuante de que la mayoría de los condenados de CiU en Catalonia acaban siendo indultados por el Gobierno central del Partido Popular, nadie sabe por qué.
El ruso casi me da pena. Vino a España pensando que podría ser un mafiosillo honrado, como todos, pero topó con un alcalde catalán y en Catalonia. Uf. Se le acusa de haber blanqueado 56 millones y de haber sobornado a varios ediles, hasta que se hartó. «Podría haber conseguido exactamente lo mismo haciendo las cosas por el procedimiento legal».
¿Está algún político a salvo en España? Sí, claro que sí. Pero existen demasiadas facilidades para dedicarse a hacer el golfo y el peligro de tener que pagar por ello es demasiado bajo. Así, este país no se regenera ni a tiros. Y tiros hay más de los que parecen razonables desde hace 20 años.
No pocas veces me he acordado del anciano músico Xavier Cugat, a quien alguna lumbrera pitiusa se le ocurrió contratar en el casino, aun sabiendo que ya usaba pañales para evitar los escapes de orina. Había sido una eminencia aquel catalán emigrado a Las Vegas, pero ya no podía con su alma.
Algún listo lo contrató para dirigir una orquestina en el recién inaugurado Casino de Ibiza. Durante el mes largo en que se movió por Ibiza dejó algunas perlas magníficas, pero la mejor fue cuando se encontró con la dura realidad y demandó al Casino. Siempre repetía a quien quería escucharlo: «He trabajado en Las Vegas con la mafia toda mi vida, pero mafia como la de Ibiza no la he encontrado nunca». Me hice bastante amigo de su guardaespaldas, Marcel Viñeta, un catalán ancho como una armario, que desapareció del mapa nada más saberse que Cugat abandonaba el Casino. Así que desde Ibiza no vamos calificar a nadie de mafioso, sin antes fijarnos bien en lo que tenemos aquí. Hay mucha tela que cortar. Y apenas he contado nada.