Ya que los mallorquines se apropian de cosas ibicencas, vamos a hacer lo mismo los ibicencos. Hoy me apetece contarles una vida que ocuparía varios libros. Este alguien se llama Serra Ferrer, pero no es el hombre de fútbol, tan conocido en Ibiza desde hace décadas, sino un fraile mallorquín, nacido en Petra hace 300 años (1713): Junípero Serra Ferrer, hoy ya beato.
Por azares de la vida no es un personaje de gran popularidad, aunque la gente ilustrada le reconoce su intenso trabajo en fundar misiones que con el tiempo se convertirían en ciudades importantes, como Santa Clara, San Francisco, San Diego, San Antonio, Los Ángeles y otras muchas en México y en la alta California. Procede una familia de labriegos del campo mallorquín en una época en que Mallorca tenía 140.000 habitantes con 500 sacerdotes, 15 conventos franciscanos, 11 conventos de otras órdenes y 20 casas religiosas. Con tal peso clerical, Mallorca estaba en condiciones de exportar santidad.
Fue un estudiante deslumbrante, se doctoró, enseñó y a los 35 años se marchó a América sin despedirse de sus padres. De Cádiz a Puerto Rico y a Méjico. Pertenecía a la orden de los franciscanos, como el prestigioso filósofo Raimundo Lulio o Ramon Llull (muerto en 1315). Siempre quiso ir andando de misión en misión (unos 9.000 kilómetros al final de su vida), en sandalias de cuero crudo, como los que llevaban los indios que él catequizaba y un basto sayal como único atavío.
Fray Junípero fue siempre un fraile fogoso, enclenque y cojo. Precisamente desde el primer día de travesía, por la noche los mosquitos le picaron en la pierna, se rascó y se le infectó una herida que se llagó y le quedó como estigma durante toda su vida, lo cual le causaba insoportables dolores. A veces se la trataba con un emplasto preparado por un arriero para curar las mataduras de las mulas. Ni fue ésta la única ni la peor tortura física, él mismo solía aplicarse cilicios y se golpeaba el pecho con una piedra. Podríamos seguir su periplo de misiones por las películas de Hollywood. Lo hizo en Sierra Madre, lo hizo en tierras de los apaches, hasta que le privaron de un frente tan hostil y violento y con el tiempo obtuvo permiso para subir hasta California, donde desarrollaría su labor más conocida e imborrable, a pesar de los muchos intentos por hacer desaparecer las huellas de estos religiosos. Hechos, actos de buena gente –al margen de las creencias de cada uno– que sobreviven a las intrigas palaciegas, al desprestigio y a la difamación continuada contra la labor de España.
Como ibicencos podemos estar orgullosos de este valiente y activo mallorquín y espero que en este tercer centenario se hagan algunos actos de relevancia en Ibiza. Sin tapujos. Vivió y sufrió intensamente: tenía asma y fuertes dolores en el pecho, además de una pierna llagada casi siempre sangrante. Su disciplina y desapego franciscanos le hacen más admirable: luchó, resistió, hizo mucho bien y murió en pleno agosto de 1784. Juan Pablo II no dudó en beatificarlo. Yo lo haría santo.
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