Hay preguntas que son tan estúpidas como las encuestas y viceversa. Me ha llamado la atención la última del Govern balear.
Resulta que los ibicencos no sólo somos campeones en discotecas y drogas, además resultamos vencedores por amplia diferencia sobre Menorca y Mallorca en gordura, fumancia, bebercio y niños inflados como erizos.
¿Qué habremos hecho para merecer esto? Más que nunca aquí podemos decir que es la sociedad lo que nos ha hecho así.
¿Soy feliz yo? Me pregunto al ver esta encuesta donde por fin alguien nos reconoce nuestros méritos. Esta es una pregunta estúpida que decidí dejar zanjada a los 15 años. La respuesta es no, no soy feliz ni nunca lo seré, pero tengo claro que la felicidad es no tener dolor de muelas ni crisis de artritis agudas. Por lo tanto, queda demostrado que soy un tipo irremediable, lo cual me deja mucho tiempo libre para dedicarme a buscar la infelicidad y otras cosas muchísimo más creativas, más interesantes y más dinámicas.
No diré que alguien feliz sea un memo de remate, pero debo decir que yo siempre he rehuido a los que van de felices. Huye como alma que lleva el diablo de toda mujer que te diga que quiere ser muy feliz contigo. No te fíes un pelo. Chicas, a la inversa, puedes estar tratando con alguien que ha escapado del frenopático.
Lo del fumar es lo peor, no entiendo como puede quedar alguien que sigue fumando. O sí, lo entiendo. No es cierto que beber y fumar vayan de la mano. Tampoco creo que en Ibiza se beba más que antes ni puedo explicarme cómo los mallorquines beben menos que nosotros. Quizás es que mienten mejor al encuestador.
En serio, me preocupa más la obesidad infantil. Eso sí que debería controlarse.
Hay gente especialista en puros, conocen los aromas de todo el Planeta, pero me interesan más los bebedores. Dicen que los bebedores son inseguros. Lauren Bacall opinaba lo contrario: «No me fío de un hombre que no beba; es alguien maniático que quiere tener el control de todo».
En realidad, el alcohol no asegura nada, pero rebaja la ansiedad, y ha dado escenas memorables, algunas muy conocidas, en el propio Parlamento. Inolvidable la que mantuvo Winston (con nombre de tabaco, pero era un gran fumador de puros, como yo mismo hasta que los he dejado) Churchill con Lady Astor, una señora muy poco agraciada físicamente, que se vio en serios aprietos durante un debate. Lady Astor le acusó de estar bebido (y, en efecto, trasegaba güisqui en abundancia). Churchill le contestó: es posible, pero lo mío se me pasará en unas horas, pero lo suyo es para toda la vida. Obviamente, la dama enfurecida replicó que de ser su esposa le pondría veneno en el café. Sin inmutarse, el gordo y probablemente infeliz Winston le contestó: «Señora, si yo fuera su marido me lo tomaría».