Ibiza en el horizonte, vista desde la sierra de Aitana (Alicante).
Aquellos fenicios que quieran disfrutar de la nieve en Ibiza tendrán que hacer lo mismo que los israelitas o los libaneses ribereños: irse a las montañas del interior.
Pero en la diminuta Ibosim todo son arrugas y montículos, pero montañas en realidad no tenemos ninguna que supere los 500 metros y encima estamos rodeados de mar, que si bien tiene el engorroso inconveniente de la humedad pegajosa, también es cierto que presenta una enorme ventaja: nos ahorra los climas extremados. El mar sirve de suavizante regulador.
El pasado 10 de enero nevó en Ibiza, pero los copos de nieve no cuajaron. Ya conocemos este fenómeno creado por las bajísimas temperaturas a gran altura, pero que en la vera del mar están un poco por encima de cero, lo cual ayuda a formar aguanieve en vez nieve cuajada.
Yo sólo recuerdo (¿) la gran nevada –probablemente seguida de una gran helada que causó cuantiosos daños en el campo pitiuso– de 1956. Después he visto otra nevada breve (¿a finales de los ochenta?, recuerdo haber publicado alguna foto en Ibiza-in y en mi Anuario).
Hay fechas que se quedan ahí para la eternidad, con los días (o los años) nefastos que se oponen a los fastos, por decirlo con simpleza.
La década 1910-1920 fue bastante feliz para los ibicencos, pero que nadie nombre l´any divuit, o sea el terrible 1918 con una epidemia de gripe mundial que mató a millones de personas.
Justamente doblando el 18 llegamos a un cifra peor: 1936, que dejó bastantes más víctimas que el azote del virus. Pasados los años cuarenta, se cuenta que bajo una miseria que lo corroía todo, llegamos a esta abundante nevada de 1956. Barrió toda España y la misma Ibiza. He oído decir que las garrafas y los toneles de vino se congelaron en algunos sitios. Muchos animales de corral murieron. El frío es cosa muy mala.
Coincido con Josep Pla cuando fija el recuerdo más persistente de su infancia en el frío. Yo recuerdo haber pasado frío durante casi toda mi infancia, pero quizás exagero. Los niños siempre nos mojábamos y no andábamos sobrados de mudas de repuesto.
Ya en días recientes, recojo una fecha que pudo ser muy mala: se incendió un carguero atracado en el muelle de Ibiza, en 1964. Ya en los 70 una gran oleada de optimismo invadió la isla, cuando se inauguraban los hoteles de veinte en veinte. Parecía que nos había tocado la lotería, cuando de repente el Ministerio del Aire comunicaba que cerraba el recién ampliado aeropuerto porque la altura del hotel Insula Augusta dificultaba las maniobras aéreas.
El hotel fue derribado en 1971, pero en 1972 precisamente se estrelló un Caravelle de Ibiza en las montañas de San José, dejando 104 pasajeros muertos. Año de nieves, año de bienes. Pero no cuajó. Da igual, de la misma forma que fabricamos agua potable, también podemos fabricarnos nieve, hielo y un saco de ilusión. Sea.
Diario de Ibiza
Aquellos fenicios que quieran disfrutar de la nieve en Ibiza tendrán que hacer lo mismo que los israelitas o los libaneses ribereños: irse a las montañas del interior.
Pero en la diminuta Ibosim todo son arrugas y montículos, pero montañas en realidad no tenemos ninguna que supere los 500 metros y encima estamos rodeados de mar, que si bien tiene el engorroso inconveniente de la humedad pegajosa, también es cierto que presenta una enorme ventaja: nos ahorra los climas extremados. El mar sirve de suavizante regulador.
El pasado 10 de enero nevó en Ibiza, pero los copos de nieve no cuajaron. Ya conocemos este fenómeno creado por las bajísimas temperaturas a gran altura, pero que en la vera del mar están un poco por encima de cero, lo cual ayuda a formar aguanieve en vez nieve cuajada.
Yo sólo recuerdo (¿) la gran nevada –probablemente seguida de una gran helada que causó cuantiosos daños en el campo pitiuso– de 1956. Después he visto otra nevada breve (¿a finales de los ochenta?, recuerdo haber publicado alguna foto en Ibiza-in y en mi Anuario).
Hay fechas que se quedan ahí para la eternidad, con los días (o los años) nefastos que se oponen a los fastos, por decirlo con simpleza.
La década 1910-1920 fue bastante feliz para los ibicencos, pero que nadie nombre l´any divuit, o sea el terrible 1918 con una epidemia de gripe mundial que mató a millones de personas.
Justamente doblando el 18 llegamos a un cifra peor: 1936, que dejó bastantes más víctimas que el azote del virus. Pasados los años cuarenta, se cuenta que bajo una miseria que lo corroía todo, llegamos a esta abundante nevada de 1956. Barrió toda España y la misma Ibiza. He oído decir que las garrafas y los toneles de vino se congelaron en algunos sitios. Muchos animales de corral murieron. El frío es cosa muy mala.
Coincido con Josep Pla cuando fija el recuerdo más persistente de su infancia en el frío. Yo recuerdo haber pasado frío durante casi toda mi infancia, pero quizás exagero. Los niños siempre nos mojábamos y no andábamos sobrados de mudas de repuesto.
Ya en días recientes, recojo una fecha que pudo ser muy mala: se incendió un carguero atracado en el muelle de Ibiza, en 1964. Ya en los 70 una gran oleada de optimismo invadió la isla, cuando se inauguraban los hoteles de veinte en veinte. Parecía que nos había tocado la lotería, cuando de repente el Ministerio del Aire comunicaba que cerraba el recién ampliado aeropuerto porque la altura del hotel Insula Augusta dificultaba las maniobras aéreas.
El hotel fue derribado en 1971, pero en 1972 precisamente se estrelló un Caravelle de Ibiza en las montañas de San José, dejando 104 pasajeros muertos. Año de nieves, año de bienes. Pero no cuajó. Da igual, de la misma forma que fabricamos agua potable, también podemos fabricarnos nieve, hielo y un saco de ilusión. Sea.
Diario de Ibiza