Las personas que lean el Diario no podrán quejarse de desinformación sobre nuestra sanidad, porque casi salimos a página diaria. Pero como me decía un banquero de los de antes «para un banco es malo ser noticia en la prensa».
Parece como si en Ibiza saliéramos de un escollo para poder sortear el siguiente con más brío, aunque a decir verdad, los problemas que siempre se repiten suelen ser los mismos: la contratación de especialistas.
La nueva dirección explicaba ayer la posibilidad de quedar sin oncólogos. O de quedar sólo con uno de los tres contratables.
Las causas explicadas con un lenguaje políticamente muy correcto ya son conocidas y no difieren mucho de las que puedan afectar a los trabajadores del sector judicial, policial o funcionarial en amplios términos.
Ibiza ha dejado de ser una pera en dulce y ha perdido la aureola (mi querido elefante Walter Benjamin emplearía la palabra «aura») que tenía en los años 70, cuando todo estaba por hacer y realmente se hicieron cosas en gran parte porque vinieron especialistas desde todas partes de España y algunos hasta de Europa o desde otros trabajos en Estados Unidos.
Ibiza atraía mucho, trabajar en la isla era un plus añadido de prestigio, era un destino envidiado no por las posibilidades de estudios ni por un contexto universitario.
¿Entonces? Yo creo que era por la calidad de Ibiza. En los años 70 había otra vibración y otro ritmo vital, con la naturaleza al alcance, con hermosas playas y calas vacías, con un mar accesible y bondadoso (¡salvo en otoño!).
Todo era más rústico, más táctil y al mismo tiempo aquellos profesionales estaban a una hora de avión de cualquier ciudad española y a tres o cuatro de las ciudades europeas más excitantes.
Eso quizás fuera lo de menos, pero el mundo exterior estaba cerca, aunque vivir en éste diera la sensación de una Arcadia relativamente feliz. Y encima con un sueldo superior en una isla donde los precios eran bajos.
Y además, donde se aprendía inglés, francés o alemán desde el primer día. Cuando Manolo Vázquez Montalbán expresó la ecuación secreta del universo progresista («Contra Franco vivíamos mejor») en realidad estaba definiendo la fibra sensible de todo un paisanaje, de una manera de ser y de vivir.
En los años 70 eran impensables estas inmersiones y persecuciones lingüísticas importadas de la Cataluña más vulgar y atroz. Y a pesar de todo, o quizás por ello, el conocimiento del catalán crecía sin aspavientos ni imposiciones, por propia simpatía y por interés.
Todo esto ahora ha cambiado mucho.
La carestía, la cesta de la compra y la calidad de vida han hecho mella en todos nosotros. En los años 70 estaba todo por hacer y había un difuso sentimiento de optimismo y de ilusión que lo impregnaba todo, desde el horario de un cirujano a la sesión de un pintor o el trabajo de un camarero.
Ahora veo poco o nada de esto. A lo máximo que se aspira es a sacar una subvención, acabar el turno y esconderse en casa, quien pueda pagar la hipoteca (inalcanzable) o el alquiler (por las nubes).
Diario de Ibiza