Ibiza y Formentera han tenido una suerte que otras regiones españolas no han conocido: han suplido con eficacia el turista español perdido por otros visitantes de origen alemán, holandés o británico. Estos 60,6 millones de turistas de 2013 suponen un reto, un hito y la constatación de una tendencia: España sufre una crisis profunda que ha sacado a gran parte de la juventud del mercado laboral y, por lo tanto de las vacaciones tan soñadas. Para Ibiza ha supuesto un golpe, amortiguado enseguida por la entrada de europeas que ocupaban las plazas vacías. Lo mismo puede decirse de los italianos, que se lo digan a los formenterenses en 2012. Ellos también tuvieron que reaccionar con presteza para llenar en 2013 con invitados de otras procedencias.
Todos somos conscientes de que esta cifra récord global de turistas no está consolidada. Nunca nada lo está en el turismo, ni en nada. Es muy probable que en estos momentos España tenga de 8 a 10 millones de turistas prestados por los países destrozados por la guerra, la insurrección y la delincuencia en diversos países de la ribera mediterránea. Si de un día para otro las Baleares, las Pitiusas perdiéramos estos turistas canibalizados al vecino, sin antes haber recuperado la presencia del turismo español, nos encontraríamos en una situación alarmante. El llanto y el crujir de dientes sería la música de fondo de una cadena de quiebras irrecuperables.
Por ello no me extrañaron las palabras de nuestro ministrín de Turismo, Jaime Martínez, o del mismo José Ramón Bauzá, en Fitur: una de las metas de la consejería del Gobierno balear es recuperar el más de millón y medio de turistas españoles dejados en la cuneta en estos últimos años de la crisis iniciada en 2007. Quien quiera calcular el dineral que supone en pérdidas puede hacerlo fácilmente, atendiendo a las buenas cifras de estancia por turista español. Y los pocos que pueden viajar han adoptado la moda del break o de la escapada fugaz de fin de semana. Es habitual ver el AVE y los autobuses del viernes repletos de españoles que se toman dos días en alguna capital accesible. Y el lunes regreso y a seguir la búsqueda de un trabajo o de alguna sustitución.
Este tipo de vacacionista es irregular y no siempre rentable para la hostelería ni la oferta complementaria. En Ibiza podemos aprovecharnos de alguna excursión en ferry –anunciada escandalosamente a veces en alguna cadena de televisión– que intenta capturar a los domesticados jovenzuelos de discoteca, herederos de aquella letal ruta del bakalao valenciano. Valencia consiguió deshacerse de este turismo-basura y se lo traspasó a Ibiza, que durante dos meses traga cualquier cosa que le echen encima. En los últimos diez años Ibiza se ha adaptado a la tecnología punta, a Internet y al low cost, pero de momento no parece que haya jugado a nuestro favor, o sea, alargar la temporada y conseguir equilibrar nuestras cuentas huyendo de los picos insoportables de julio y de agosto.