Para hacer más llevadera esta íntima convicción de que hemos masacrado la isla (y por lo tanto ya podemos seguir hasta que no quede ni un metro libre) nos hemos inventado una especie de mitología doméstica.
El caso más estrambótico roza casi la excentricidad: Si heredo un terreno de mis padres, yo tengo el derecho de construir una casa para cada hijo.
Esto es una burrada, porque para empezar, quien dice esto es el único heredero, el único que ha heredado la casa; el resto sólo recibía una legítima.
Esto va así. En una finca de cinco hermanos, el mayor era el hereu y el que heredaba la casa y la mitad de la finca. La otra mitad se dividía en cinco partes (una para cada hijo, incluido el heredero), llamadas legítimas.
Estas legítimas eran tan insignificantes que obligaban a venderse a un precio ajustado al hermano mayor o heredero, que de esta forma preservaba la viabilidad de la unidad familiar.
¿Y qué hacían los otros cuatro hermanos? Cobraban lo que les correspondiera en dinero y se iban a Vila a trabajar de picapedrero (masón, en francés), se embarcaban, o emigraban a Argelia. No pocos acababan en Buenos Aires querido y aprendían a tocar el bandoneón.
Porque, lo digo con cierto orgullo, tontos nunca han sido los ibicencos. Parecemos lentos, pero es que estamos cociendo las ideas para digerirlas mejor. Ni un pelo de tontos; nos fijamos; progresamos.
Muchos se sorprenden de que seamos tan distintos de los catalanes. Hombre, es que no somos catalanes. Somos fenicios. Y cada cual es como es, ni mejor ni peor que nadie.
En situaciones límite nos sale el judío (fenicio) que llevamos dentro y en Ibiza podíamos ser un legitimario sin un duro, pero fuera de Ibiza, empezando desde abajo como grumete, al final acababa siendo el capitán del barco. O el dueño de la empresa. Eso es bien cierto.
Los ibicencos sacados de contexto funcionamos mejor, aprendemos y conocemos el valor del conocimiento (y eso es muy judío, el tesoro está en ti, etc.). Hay muchos casos de ibicencos que se fueron de la isla sin saber leer y escalaron ávidamente en sabiduría y letras. Conozco varios.
Así que olvidarse del derecho de una casa para cada hijo. Eso no ha existido nunca. Además, como está hoy Ibiza, es mejor darles el dinero y que se lo gasten en vino.
Es ahora, cuando nos rodea la molicie, las inversiones y la bonanza, cuando los isleños parecemos desarmados, confundiendo casa con patrimonio. Y es cuando mejor nos van las cosas cuando hemos empezado a ir con prisas, a endeudarnos y a quejarnos. A veces, parecemos catalanes.
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