Ya lo sabían bien los patricios romanos, grandes propietarios de fincas con mansiones que hoy sólo se pueden pagar unos pocos magnates. Refugiados en el interior, a unos kilómetros del mar, desde donde les iba llegando toda suerte de caprichosos mariscos y de pescados.
Ibiza lo mismo. Un sitio maravilloso, en el que te congelas en invierno. En ningún lugar del mundo he pasado tanto frío como en Ibiza; ya no se me irá nunca de encima, ya lo llevo impregnado para siempre.
Intentar atraer turistas de masas en invierno es tarea inútil.
Pero en verano es casi peor, porque la misma humedad que en invierno se te cala en la ropa y te llega al último rincón del alma, escarchándote el carácter, en verano se traduce en abundantes chorreras que te sangran los minerales y acabas por vivir mareado en una nebulosa atmósfera que te tiene apresado.
Lo de los climas dulces de Ibiza que se lo vendan a un austro-húngaro, que tragan con todo (o tragaban). Claro que si nos comparamos con algunos otros sitios, Ibiza está muy bien.
Tarrés insta a los hoteleros, para que arreglen sus instalaciones para el invierno. Esto es obvio, pero los hoteleros comunes, saben que en octubre pueden cerrar hasta junio, y que por mucha calefacción que pongan ya no vendrá nadie.
Falla el clima, fallan los hoteles, fallan los vuelos y falla el calendario. Si nosotros vivimos de los clubbers y éstos trabajan once meses como locos ¿quién va a venir?
Ibiza tiene dos realidades paralelas. El verano es abrumador, la gran avalancha de turistas, un desmierde indescriptible. Y el invierno, que también hemos perdido por la fiebre de la construcción.
Pero si conseguimos recuperar Ibiza, en mi opinión el invierno será para los viajeros (no los turistas) de cinco estrellas y los residentes que vienen a disfrutar de su casa. Los inviernos son difíciles.