No he olvidado las cabras de es Vedrà ni debiera hacerlo ningún ibicenco bien nacido. Muchos les debemos la vida, por su densa leche tan generosa o por sus quesos con acento, como sus balidos.
Hace tiempo que se sabe: las cabras balan con acento y tienen una plasticidad vocal que les permite comunicarse entre ellas, lo cual explica el lúgubre concierto de balidos en es Vedrà en el pasado mes de febrero. Se alarmaban y se avisaban entre ellas, transmitiéndose la señal de peligro o de escopetero mallorquín a la vista. Torpes escopeteros que consumaron una matanza sangrienta y que provocaron una agonía interminable.
No quiero hurgar en las heridas feroces, que ya son las de este gobierno del Consell presidido (es un decir) por Vicent Torres y una manada de podemistas caóticos, al menos tan asilvestrados como las cabras del islote. Ingobernables, divididos, resentidos, con una preparación deficiente y con ansias de notoriedad. No es que me dé lástima Torres, el presidente (con perdón), pues él mismo se metió en este embrollo porque le encanta, pero los resultados del equipo de gobierno son muy lamentables, cuando existen, que apenas.
Ya es tarde, porque los tiradores crueles, descendientes de aquellos antiguos talayóticos que extinguieron la primera cabrita mallorquina, el famoso Miotragus balearicus, se hicieron el gusto en una masacre solo comparable a las guerras espartanas. O peor, a las tremendas embestidas de la infantería de Aníbal, flanqueada por pelotones de honderos mallorquines borrachos y embadurnados con grasa de cerdo. Ya es tarde, decía este inmodesto fenicio, pero Vicent Torres –mal asesorado y hostigado por las caprichosas huestes podemistas– tenía la solución ante sus ojos: podría haber decretado la creación de cien puestos de trabajo como «desbrozador» o «tragalentisco».
Obviamente, hubiera sido un puesto ecológico, para las cien cabritas de Tanit, confinadas a vivir todo el año no en es Vedrà, sino en las veredas y zonas boscosas con peligro de incendios. Custodiadas por un pastor, de uniforme con la bandera de Ibiza con los castillitos azules o del color que sean.
Obviamente, hubiera sido un puesto ecológico, para las cien cabritas de Tanit, confinadas a vivir todo el año no en es Vedrà, sino en las veredas y zonas boscosas con peligro de incendios. Custodiadas por un pastor, de uniforme con la bandera de Ibiza con los castillitos azules o del color que sean.
Un trabajo honrado, fijo, autóctono, con categoría casi racial. Las cabras vivirían felices, tragarían vegetación por un tubo, fertilizarían la zona por donde pasaran y estos politicastros no habrían sufrido el sólido quejido de los animalistas y de los animales. Mal empezamos el año, que Tanit no nos lo tenga en cuenta.