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La primera sensación cuando se llega a la isla por aire o por mar es de humedad, calor, agobio y mucho ruido. El ruido de Vila sigue siendo espantoso, una conjura de talleres, motos, coches y altavoces para aterrorizar a todo aquel descuidado que circule. Al principio gustará a los valencianos, acostumbrados al estruendo (al ruido le llaman fiesta), pero dudo que incluso en la capital del Turia se registren tantos decibelios como en Ibiza. Insoportable. Y sin embargo hay signos externos de dinamismo y de riqueza. Un reciente estudio lo explica de forma muy gráfica: generamos riqueza, pero no sabemos aprovecharla para crear unas condiciones idóneas para la calidad de vida. Parecemos nuevos ricos descerebrados.
En realidad ya no somos nuevos, vamos por tres cuartos de siglo de turismo y en otras cosas hemos demostrado tener la cabeza bien amueblada. Pero no sabemos aprovechar el viento favorable para rediseñar la sociedad con las ventajas de los tiempos modernos y conservando las ventajas de la Ibiza rural. Todos lo hemos pensado: ¿cuánto dinero generado en Ibiza se queda en manos de los ibicencos o de los residentes en la isla durante el invierno? Una ínfima parte. Las grandes compañías españolas e internacionales usan el trampolín de la marca Ibiza, facturan y reparten sin que apenas un solo euro quede en la las Pitiusas. Existe un limbo fiscal propiciado por la intensidad y brevedad del verano que facilita la contratación en negro (o sea, contratos verbales) de miles de empleados foráneos: no solo los 4.000 ingleses (que serán muchos más este verano, al tiempo). Mucho más dinero mueven las operaciones inmobiliarias con la potente complicidad de Internet y en las cuales, presumiblemente, la Hacienda española apenas roza un centavo. Desde Suiza, Gran Bretaña, Alemania, Italia o Francia se manejan los hilos con millones de euros en juego.
A partir de aquí, los alquileres de embarcaciones piratas, taxis ´piratas´, coches de lujo ´piratas´, mujeres y hombres que se prostituyen y traficantes de drogas ya es casi una cuestión menor, a pesar de que mueven sumas astronómicas. Es fácil concluir que pocos euros quedan en las islas, que prestan el soporte, el escenario y los recursos, ya casi agotados. Cuando llega octubre Ibiza y Formentera quedan como si hubiera pasado Atila. Los buitres glamurosos, los traficantes triunfantes, alzan el vuelo y nos hacen el favor de dejarnos la isla para que recargue las pilas para la próxima temporada. O eliminamos el buitreo o tenemos las misas contadas.