Ignoro si la prensa tiene o mantiene su poder de modificar la sociedad. Es evidente que la información es un arma cargada de futuro y, por ello, la exigente y rigurosa información es un bien preciado que suele pagarse caro. La buena información vale mucho dinero. Ya que ganamos poco, a los periodistas nos gusta considerar que nuestra profesión es vocacional y en cierta manera y hasta cierto punto conserva su carga de rayo poderoso. Puedo aceptarlo, pero con muchas reservas y matices, porque el poder no es algo que se comparta fácilmente. Quien lo ostenta –de cara al público o solapadamente– no suele delegarlo ni compartimentarlo así como así.
Los periodistas, la prensa, los medios de comunicación podemos tener como mucho un relativo nivel de influencia. Unos más que otros, en función de su prestigio personal y de difusión entre los receptores. La denuncia periodística en sí misma no indica poderío, sino capacidad de transmisión para que quien tiene el poder real lo ejerza en su debido momento. Contaba recientemente cómo –casi con toda seguridad– libré s'Espalmador de ser urbanizado, al denunciar in extremis el proyecto en el último día de plazo de alegaciones en información pública. En este caso, no hay que ser iluso, el poder no fue de este periodista, ni del Diario de Mallorca, sino del organismo que no concedió las licencias.
Viví otro episodio ya hace décadas sobre estas vallas publicitarias que acordonan las carreteras de toda la isla. Conseguí un éxito palpable, tras casi un mes de denuncias... pero al año siguiente las vallas volvieron a anunciar discotecas y urbanizaciones. Porque el poder real lo tiene quien dispone del boletín oficial, ahora del Estado o de la Comunidad Autónoma.
Viví otro episodio ya hace décadas sobre estas vallas publicitarias que acordonan las carreteras de toda la isla. Conseguí un éxito palpable, tras casi un mes de denuncias... pero al año siguiente las vallas volvieron a anunciar discotecas y urbanizaciones. Porque el poder real lo tiene quien dispone del boletín oficial, ahora del Estado o de la Comunidad Autónoma.
Observo el continuado esfuerzo de compañeros para colocar a 16 párvulos que han quedado al margen de este curso. Con la ayuda de sindicalistas, pero da lo mismo, el poder lo maneja quien tiene la llave del presupuesto (o sea, del BOE). Al mismo tiempo observo una campaña emprendida por varios periodistas que intentan limitar las hamacas de las playas. Alguien ha retirado cuatro camastros de un restaurante, pero en julio los volverán a poner. Las hamacas son nuestras ciudades de plástico, como lo son los viveros de plástico para El Ejido y Almería. Y son una fuente de ingresos municipales. Casos como estos los recuerdo por decenas. Ningún periodista ha conseguido jamás construir un emisario submarino ni una planta depuradora. No ha paralizado la actividad desastrosa y peligrosa de los taxistas pirata. No ha clausurado ninguna discoteca fuera de la ley (por el aforo, por ejemplo). Y sin embargo, ay, somos imprescindibles y sin libertad de prensa no existiría democracia y todo iría mucho peor.