Numerus Clausus es una expresión latina que significa cupo, lista cerrada, rol completo, número limitado. Puede aplicarse a cualquier tema. Años ha oí hablar de numerus clausus para ingresar en algunas facultades españolas, lo cual no deja de ser lógico: si el país necesita ochenta mil dentistas, es una pérdida de recursos y una estafa a los estudiantes que saldrán preparados pero sin trabajo si se forman 200.000.
Habrá algún asno de los que tanto abundan entre nacionalistas-socialistas al uso que dirá que esto es fascismo. Entonces los pobres formenterenses son unos fascistas al intentar limitar el número de automóviles que pueden entrar en los meses de verano en su islita estancada y bloqueada por los coches que vienen a darse un volteo.
Por supuesto, pongo esto para demostrar la ocasional y absurda forma de razonar de algún sector del mester de progresía que, al encontrarse en una situación insólita que no cuadra en sus limitadas consignas doctrinarias, la califica de facha o de fascista. Y se quedan tan anchos.
Pero ni los formenterenses son fachas ni los numerus clausus son siempre aplicables.
Pero ni los formenterenses son fachas ni los numerus clausus son siempre aplicables.
Obviamente, limitar el número de vehículos de tracción mecánica no es imposible: bastar ir entrando los datos en un ordenador. Entradas y salidas.
Pensaba en los numerus clausus al reflexionar sobre la carencia de espacio de Formentera, pero también de Ibiza. Aquí ya no cabe nadie y hace lustros que lo digo.
Una industria turística que gestiona casi tres millones de turistas en seis meses es muy respetable (y esto lo digo por Podemos) y muy envidiada. Pero al suceder en unas coordenadas de espacio-tiempo muy presionadas, acarrea daños colaterales de difícil solución.
Por ejemplo, en las infraestructuras que usamos todos, pero de las que todos renegamos. Nos quejamos de la pésima calidad del agua, de los olores de la depuración, de la falta de aparcamientos, pero... Pero nadie quiere vivir en las cercanías de una depuradora, un matadero, un cementerio, unos talleres de chatarra, un horno crematorio, una planta desalinizadora, del aeropuerto, un aparcamiento, una discoteca, o una cementera de estas que tragan montañas enteras.
Todos queremos vivir, como decía mi querido amigo, el inolvidable Xicu Bufí, en un jardín en el mar. Y esto ya no podrá ser nunca más, a no ser que llenes una furgoneta con tus cuatro bártulos y te traslades a una isla griega o a la India. No hay espacio, y casi nadie quiere colaborar en las soluciones comunes.
¿Comprenden por qué he empezado hablando de los numerus clausus para el número de turistas o de coches que vengan a las islas? Y no es tanto de los que vengan, sino de los que permanezcan sobre ellas al mismo tiempo. ¿Quizás un máximo de 200.000? Nos encantan los numerus apertus, el desmadre veraniego, al que encima inyectamos droga por un tubo. Nos parece que somos los campeones, pero no lo somos, incluso vivimos de turistas prestados. Si Podemos puede olvidarlo, y espero que no, los empresarios pitiusos no pueden.