En Ibiza ya no cabe ni un tonto más. Ni un listísimo. Hace años que estamos perfeccionando un modelo de riqueza que nos ha superespecializado y no está llevando a la ruina. Aquí ya no cabe nadie más ni nadie está a salvo.
Es demencial acumular el trabajo en julio y agosto. ¿Podría hacerse de otra manera?
Quizá, el hecho es que nadie lo ha estudiado en serio.
Casi todos los males de las islas provienen de la saturación del verano.
Ya en este julio se ha hecho patente que nadie va a solucionarnos los problemas.
Sobran miles de coches, pero siguen faltando taxis. Los transportes de Ibiza siguen siendo deficientes y poco funcionales pero ya no sabemos donde aparcar los vehículos.
Ignoro si en Formentera hablaban en serio cuando plantearon la posibilidad de limitar la entrada de vehículos en verano desde la Península. En Ibiza se acabará haciendo lo mismo.
Da lo mismo que se prohíba o se limite la entrada de coches a la playa de Benirrás, que es un callejón sin salida cargado de peligros.
Hace años que se ha sobrepasado el límite de vehículos que puede absorber la cabeza de playa, que ya linda plenamente con los pinares.
Todavía se recuerda con horror los incendios de Benirrás.
Remember Benirrás. Recuérdalo siempre. Todo el Norte de Ibiza es una enorme bomba que puede explotar en cualquier momento y lo coches no ayudan, al contrario taponan cualquier posibilidad de solución en caso de emergencia grave.
¿Podría habilitarse un bus con salidas desde San Juan y San Miguel? En cualquier caso, donde se dejen los coches molestarán.
Nadie querrá hacerse cargo de esta marabunta que va en busca de un paraíso salvaje, donde jipis de plástico hacen el payaso y algunos listos hacen su agosto.
En la ciudad de Ibiza puede abandonarse toda esperanza de aparcar. Incluso los vecinos de es Puig des Molins solicitan una zona azul para que no les invadan los coches de la parte baja. Cada vez hay más gente, más coches y la incomodidad aumenta geométricamente. Y aun así la gente quiere seguir visitando Ibiza y Formentera en julio y agosto.
La solución solo sería que cada uno de los 300.000 habitantes se comiera un coche. O que uno de cada cuatro entendiera que las islas son mucho más agradecidas en mayo, junio, septiembre y octubre. Ahora se va hacia el gran colapso final.