Leyendo el Diario este verano he llegado a la asombrosa deducción de que en Ibiza no paga nadie, y si paga alguien, acaba en las faltriqueras de Montoro. No es broma, aunque el título lo he tomado de una popular obra teatral de Dario Fo. Una obra significativa porque además es un precedente histórico de estos sindicalistas apocalípticos al estilo Curro Jiménez que ha generado la vieja Andalucía de siempre.
En efecto, los Sánchez Gordillo, los Cañameros y sus palmeros y palmeras, se acercan organizadamente a un mercadona o a un carrefour, zarandean a la cajera, amenazan al segurata y comienzan a cargar con los frutos apetitosos que el capitalismo ha creado para deleite de quien los pague. Este comunismo al descuido es una recreación histórica que califica más a nuestros políticos y jueces (al menos a algunos) que a los caraduras mesiánicos que arramblan con los bienes ajenos. En la obra de Fo son dos mujeres cansadas de los estragos de la inflación, no consiguen llegar a final de mes y deciden desvalijar un supermercado. Cómo no, el marido de una de ellas pertenece al Partido Comunista. No voy a destripar el argumento para quienes no la hayan visto, pero me hace gracia señalar el precedente.
En Ibiza ¿paga alguien o vienen con los carritos vacíos y se los llevan llenos? Me gustaría la colaboración de mis lectores para que añadan a la lista a los no paganos. Por ejemplo, estos centenares de autocaravanas que vienen atiborradas de latas y galletas compradas en Alemania, o estos yates enormes que llevan la despensa a reventar, repostada en la península o en otro país. Poco compran en Ibiza, aquí solo vacían las sentinas y desparraman las bolsas de plástico (algunos, se supone).
Ni que decir tiene que tampoco dejan nada o apenas nada los queridos clientes del ´todo incluido´. Muchos pagan en el extranjero y cuando llegan a Ibiza no salen ni compran en las restaurantes ni en las tiendas de nuestros pueblos y ciudad. Discotecas y bares se quejan de la competencia, pero ellos mismos han generado con sus precios astronómicos un mercado sumergido, llámese botellón o garrafón. Muchos jóvenes prefieren ir a la bodega y beber a la luz de la luna. De todas formas, se encuentren donde se encuentren, beberán sumergidos en el chunda-chunda inesquivable que embrutece toda la isla.
Por si fuera poco, muchos de estos hooligans y sub-clubbers están manejados por unos 4.000 capos ingleses que cotizan en su país. No dejan nada aquí. Incluso los camellos son extranjeros, como las porquerías asesinas que venden.
Por no hablar de estos contratos basura que algunos hoteleros firmaban con las trabajadoras checas o rumanas. Incluso las nada despreciables migajas de los subsaharianos deben acabar en Kenia o en Senegal. En Ibiza sólo el ruido, la humedad, las facturas y la leña que se reparten a diario. A veces tengo la impresión de que nos hemos equivocado, porque aquí no paga nadie.