Ibiza tiene un gancho y un éxito indiscutibles. Pero no nos bebamos la luna, que nos sienta mal. El hecho de que en España hayan veraneado unos 75 millones de visitantes ya nos indica que el fenómeno obedece a causas exógenas, complejas y extendidas. No es nuestro todo el mérito.
Una vez asumido, podemos felicitarnos por haber sabido gestionar esta avalancha nada benévola y poco amable de turistas licántropos, por nocturnos. Ya somos especialistas. Además hemos transitado de un turista de sol y playa a un turista de pastilla y discoteca. O quizás lo hemos complementado.
El brexit no nos ha afectado, más bien lo contrario, aunque es difícil saberlo por la simple razón de que el Reino Unido aún permanece en la UE. Hemos reincorporado a los holandeses y a los alemanes. Los españoles siguen aumentando. Y la temporada se estira, hasta el punto de contar con mayo y octubre como meses muy operativos y fértiles.
A nivel nacional hemos hecho los deberes. España hoy es mucho más que sol y playa, pero sin despreciar este modelo que tanto éxito nos ha regalado. España, país maravilloso, ofrece buena gastronomía y muy variada, museos punteros en el planeta y un patrimonio que trasciende cualquier consideración. Puede aplicarse a Mallorca y hasta cierto grado a Ibiza y Formentera.
Mientras en infraestructuras presentamos graves anomalías y deficiencias, subsanables si hubiera voluntad política, en las Pitiusas hemos remozado nuestra imagen en museos, restaurantes, diversión y playas, sin obviar los inconvenientes que asoman cada año en los meses más calurosos.
Apenas nos enteramos de nuestro récord, nos cae el último bombazo: hay estimaciones que auguran un aumento de turistas de un 30% en Ibiza. No me gusta un pelo. En la temporada 2017 tendremos problemas muy serios que saldrán en la prensa internacional. No estamos preparados, así de simple. Apenas quedan tres meses para paliar (no pido solucionar) la carencia de infraestructuras. Y no veo a nadie capacitado o dispuesto para hacerlo. Ojalá me equivoque.