Los cambios de las Pitiusas han sido tan bruscos que ahora nos asombramos de que en algún momento de nuestra historia, el agua que salía de los grifos procediera de nuestros pozos, unas perforaciones que de forma inexorable acabaron por secar las entrañas de la isla. Era un agua con mucha cal, pero potable.
Con la extracción abusiva descubrimos otro curioso y enojoso fenómeno: las aguas dulces de Ibiza se estaban salinizando. Al bajar portentosamente de nivel, las filtraciones marinas fueron rellenando los espacios vacíos. Resultado: nos quedamos sin agua potable.
La historia de nuestras potabilizadoras o desalinizadoras no es larga, pero es azarosa. Aún recuerdo que la primera gran instalación (creo recordar que era de la empresa Hidrotecnyc) ofreció resultados mediocres y para colmo estuvo envuelta en un sonado caso de corrupción, cuya culpabilidad no pudo ser verificada por estar centrados los pagos en Luxemburgo. Por caridad navideña no doy los nombres de dos importantes políticos pitiusos que se vieron implicados pero no imputados, por la razón explicada.
A partir de este oscuro hito, los empresarios se vieron en la obligación de instalar plantas de desalado en sus hoteles. Era evidente que Ibiza estaba sin agua potable y que jamás –al menos en un tiempo razonable– recuperaría su nivel de lluvias capaz de regenerar los acuíferos, ya casi absolutamente asalitrados.
Los hoteleros lograron en apenas un año armarse con la tecnología suficiente para asegurarse el suministro potable, pero una vez más, el Estado y el Govern demostraron su ineptitud, su incapacidad, inversamente proporcional a su voracidad fiscal.
Por increíble que pueda parecer, han pasado 36 años y en Ibiza seguimos cada vez peor. La isla deja fabulosas cantidades al Estado en forma de impuestos, pero todavía no se ha conseguido asegurar el suministro del líquido elemento imprescindible para el desarrollo de nuestras actividad turística y para nuestra vida cotidiana.
Incluso se da el escandaloso caso de una potabilizadora en Santa Eulalia que lleva seis años finalizada, pero que no puede ponerse en funcionamiento por disparidades políticas. Francina Armengol, la presidenta de Baleares, con la ibicenca Pilar Costa de vicepresidenta, no dan señales de vida. Y no, las lluvias recientes no han servido para recargar los acuíferos. Solo para causar muchos destrozos.