El Aaiún en llamas, 12 de noviembre de 2010: el comienzo de todas las crisis mediterráneas |
Un año raro, en el sentido de abrasado por los calores terribles y una sequía histórica que llenó de zozobra a los encargados de la materia. Pero hemos salido del atolladero y no me pregunten cómo. Aguantando carros, carretas y ruidos ensordecedores de las discotecas en una isla donde todo es ya una especie de pista de brincos. Y llevando a centenares de mellados a las urgencias más cercanas.
La planta hotelera de las Pitiusas es experta en esas situaciones y la experiencia es un grado en los tumultuosos días del verano. Hay que saber y en Ibiza y Formentera sabemos. Lo hemos demostrado funcionando a la baja, en los años anteriores a 2011. Y lo hemos vuelto a demostrar funcionando bajo una presión insólita.
La planta hotelera de las Pitiusas es experta en esas situaciones y la experiencia es un grado en los tumultuosos días del verano. Hay que saber y en Ibiza y Formentera sabemos. Lo hemos demostrado funcionando a la baja, en los años anteriores a 2011. Y lo hemos vuelto a demostrar funcionando bajo una presión insólita.
El comercio también tomó nota de lo que es gestionar una crisis que casi arrasó con todo. Pero el cambio empezó con las revueltas saharauis en los campamentos de El Aaiún, a finales de 2010 y se extendió a Túnez, donde un pobre verdulero se roció de gasolina y se prendió fuego, por los abusos de una policía corrupta que le acosaba. Y todo estalló.
Empezaron a brotar las primaveras árabes y el efecto contagio fue demoledor. Ahora sabemos que no fue espontáneo y mucho tuvo que ver el capital del siniestro magnate George Soros y diversos gobiernos interesados en crear tensión para sacar tajada. Estados Unidos apoyó o creó la crisis de Libia donde incluso ZP mandó al ejército español a contribuir al desastre que significaría el desmoronamiento de aquel país: ahora es el principal foco generador de refugiados hacia Europa y un plácido refugio del Estado Islámico (IS).
Y tocó la lotería a las islas. Una lotería diabólica, que hemos de saber aprovechar para sentar, renovar o crear las infraestructuras correctas en calidad y en cantidad, de modo que nos permita gestionar las embestidas poco corteses de estos tres millones y medio de turistas enloquecidos.
Tampoco estaría mal trazar planes de tratamiento de los turistas que nos irán cayendo en cascada en los cruceros y que llegarán a ser un incordio para todos o casi todos.
Bien está lo que bien acaba, pero la pesadilla del turismo de masas en Ibiza no ha terminado. Continuará en 2017 con más bríos aún que hogaño. Al trabajo.