Dicen que en este verano habrá menos días lluviosos, como si fuera a haber ninguno. Ni una sola gota, que no la espere nadie. Y en caso de haberla –sabe Dios porque raro fenómeno– no es habitual que llegue antes de septiembre. No sé si por el cíclico El Niño o por otra causa que desconocemos, pero cada doce años más o menos, las Pitiusas quedan sumidas en una sequía temporal, pero profunda.
No pocas plantas y árboles acaban por morir, en una agonía que los deja improductivos para siempre. En este caso disfrutar de una gran masa vegetal, como nuestros pinares, es una ventaja. No dejan de ser un colosal depósito de agua y de humedad, aunque en contrapartida también suponen un riesgo elevado de incendios incontrolables. Las lluvias de septiembre suelen llegar –cuando llegan, cosa que no siempre ocurre– en forma de atronadora tormenta eléctrica y, cual corresponde a su potencia, derraman el agua en cascada, inundándolo todo sin remisión.
Porque además los imbornales y las alcantarillas de nuestras urbes suelen estar en pésimo estado, cuando no obstruidas. Los canales rurales y torrentes de evacuación no suponen ningún alivio cuando la lluvia es torrencial, por el contrario suponen un problema al acumular gran masa de agua que busca la salida natural. Y la encuentra, pero cuando lo hace se lleva todo por delante.
Porque además los imbornales y las alcantarillas de nuestras urbes suelen estar en pésimo estado, cuando no obstruidas. Los canales rurales y torrentes de evacuación no suponen ningún alivio cuando la lluvia es torrencial, por el contrario suponen un problema al acumular gran masa de agua que busca la salida natural. Y la encuentra, pero cuando lo hace se lleva todo por delante.
Las tierras, los campos, están resecos. Ya hace al menos un año que las cosechas se han malogrado. Los frutales que no dispongan de riego gota a gota habrán perecido. Se dan todas las condiciones para que una aguacero de otoño ocasione elevados destrozos. Otra cruel circunstancia es el bochorno que teñirá todas nuestras noches de verano. Sin tregua. Sequía y calor van unidos en un baile tétrico que suele ser fatal si es culminado por las lluvias locas de septiembre. En Ibiza se hace difícil dormir sin aire acondicionado. Quien tenga la suerte y la orientación de recibir una brisa reponedora, quizás se encuentre con la fatalidad de tener una discoteca, una cantera, una depuradora o una desaladora o una carretera transitada en las cercanías.
Ibiza tropical, sí. Pero es de siempre. Cantaban los campesinos de Mallorca: «Agua, agua os pedimos; pero Vos, Señor, nos dais viento». Hogaño, parece que ni viento.
@MarianoPlanells