No son incómodos, son insoportables, dije el otro día y cada año van
a peor. No conozco ninguna capital de provincia española que regale
tal cantidad de decibelios a sus conciudadanos. Ibiza y puede
añadirse San Antonio y Santa Eulalia. Me temo que Formentera ya
entra en la lista por méritos propios. Hay demasiado ruido
insoportable. Es difícil mantener una conversación o hablar por el
móvil. Ya era así hace diez o quince años, ahora veo que es peor.
Empeora cada año.
Y en
estas llega un tal Yann Pissenen, al que no conozco, pero a quien el
Diario dedica una página: “La música al aire libre está en el
ADN de Ibiza”. Indago y veo que es el fundador de Ushuaïa, nuestro
Fukushima sónico local. Entiéndanme, es una metáfora, porque nadie
puede habitar en las cercanías y porque te destroza la salud y no
podrás hacer nada por evitarlo.
Vale
que no dejen pájaro volando en las cercanías -no me extrañaría
que se refugiaran en un sitio más tranquilo como el aeropuerto-, que
hayan hecho la vida imposible a sus vecinos desde el primer día,
pero que vengan a destrozarnos también nuestra historia ya es
excesivo.
“En
el aire libre” especifica. Encima. Hombre, bromas pesadas no. Si ha
habido un sitio silencioso en el Mediterráneo ha sido Ibiza. Claro
que los graznidos de alguna gaviota (no tantas como ahora, que
encuentran alimento-basura en abundancia) o que los balidos de los
rebaños en las horas tempranas o en el atardecer podían molestar a
las almas sensibles. Era lo más.
Miren
si había silencio, que desde las casas vecinas se podían escuchar a
gritos el “missatge” (la triste noticia de un
fallecimiento) o los bramidos de la caracola (corn), del
pescatero que vendía el pescado y se anunciaba desde kilómetros de
distancia, para que las payesas saliesen en su busca en los caminos
de carro. Un silencio casi abrumador. Si una colmena se disparataba y
salía tras los pasos de la reina gorda, podía oírse el zumbido a
cientos de metros.
Esto
es nuestro ADN, no estas casas de frenéticos brincones cargados a
saber de qué con una música punzante para los tímpanos del
desgraciado condenado a soportarlos. Estas casas que se llaman
discotecas.
En la
ciudad de Ibiza, poco más o menos, aparte de algún relincho o de
alguna bocina afónica, el silencio campaba por sus respetos. Hasta
que llegó la Marabunta.
Lo de
hoy no es nuestro ADN, incluso podría afirmarse que es una agresión
continuada y consentida no me explico por qué.