El malestar es generalizado en las Pitiusas, no solo por pertenencia a una Unión Europea que a la chita callando nos está cambiando la vida o al menos nos la está empapelando con reglamentaciones no siempre comprensibles. No solo porque España, un maravilloso país lleno de talento y de historia, se ha adentrado en zona de turbulencias domésticas en una crisis económica de alcance mayor, que coincide con un desgaste peligroso de las instituciones. Todo esto nos afecta, por mucho que Baleares esté gozando de un crecimiento de los más altos de Europa. Nos afecta directamente como queda patente en los retrasos en las ejecuciones de obras imprescindibles en nuestras vías, plantas desalinizadoras y depuradoras. Y también indirectamente al castigar el poder adquisitivo de los turistas españoles, que han sido siempre un pilar importante de nuestra economía.
Los propios pitiusos han visto con sus propios ojos lo que significa gestionar casi tres millones y medio de turistas en seis meses. Y no les ha gustado, porque saben por experiencia que las islas ya no pueden absorber mayor carga de turistas. No podría hacerlo, aunque las carreteras y las infraestructuras estuvieran culminadas, que no es el caso. A ello se añade un efecto llamada cuyas consecuencias en nuestra calidad de vida también se hacen patentes: precios disparatados, embotellamientos, carencia de aparcamientos para todos y muchos otros enojosos asuntos.
Nadie puede impedir que aquellos europeos que lo decidan se residencien en Ibiza o en Formentera. Mucho menos un español. Tampoco se puede bloquear el paso a vehículos y personas, siempre que estén dentro de la ley. Y sin embargo, se deben estudiar fórmulas para hacer menos atractivo el asentamiento de mayores contingentes de población. Ni mucho menos generalizar las ayudas sociales como está haciendo el Pacte. Muy pronto se verán las consecuencias, es decir, el precio de estas acciones pretendidamente buenistas. Así se hundió Nueva York, gracias a la eficacia de las prestaciones sociales gratis.
Tampoco podemos estigmatizar el turismo, como hacen algunos grupúsculos en Palma de Mallorca, con enorme repercusión en las redes sociales y en la prensa europea. Ni seguir entregando suelo para la edificación. No somos la panacea universal ni en las Pitiusas cabe todo el mundo, como no caben en la UE los mil millones de africanos que quieren venir. Son tiempos para gente sensible y preparada, pero con carácter. Sobran las demagogias y los experimentos que nos llegan desde el Govern balear y de los cuales se hacen eco algunos ayuntamientos pitiusos.