Vicente Risco dejó inmortalizada su Galicia como «O país do mortos» por repetir una tradicional creencia, según la cual los antiguos pueblos de la Península Ibérica pensaban que iban a parar a Galicia las almas de todos los difuntos.
Cuando descubrí esta lírica apreciación comprenderán que recordé la importancia de Ibiza para los muertos del universo fenicio y cartaginés. Pensaban que Ibiza era una tierra de acogida, casi sagrada, donde no medraban las bestias venenosas y ni los bichejos ponzoñosos, como las víboras o los alacranes y donde valía la pena ser enterrado.
Al margen de que esto ya sabemos empíricamente que no es cierto, la leyenda traspasó las centurias y los milenios y ha llegado hasta nosotros, llenándonos de regocijo y consuelo, que tanta falta nos hace ante la avalancha de enemigos oscuros que se ciernen sobre Formentera e Ibiza.
Estas islas ya dan un poco de miedo. Vas caminando tan tranquilo y te cae un escocés en la cabeza o te atropella una moto de motocross o un quad cuando descansas bajo un pino. Incluso en el mar puedes ser acribillado por una carabela portuguesa, por una colonia de las medusas de siempre, o embestido por una lancha, cuando no por un drogaminas (ahora con o) andrógino.
La verdad es que la Muerte y sus cultos diversos impregnan toda Galicia, en su toponimia, capitaneada por esta Costa da Morte tan temida desde los tiempos de navegantes fenicios de paso hacia las islas Casitérides en busca de estaño, una ruta secreta que los cartagineses de Ibiza conocían y que no revelaban a los romanos, lo cual les ponía de los nervios.
Y si no, con las meigas, tan próximas a los umbrales definitivos o a la Santa Compaña, a la que no hay que mirar de frente como a la Medusa, y con la que es mejor no encontrarse en plena noche.
Ay, la Muerte, inexorable, inesquivable, cuantos precipicios has abierto, cuántos poemas has inspirado. Además Galicia parece ser la exportadora de esta magnífica veneración por la muerte que existe, por ejemplo, en Méjico.
¿Estaremos a salvo en Ibiza en estos tiempos de tribulaciones vibratorias? ¿Saldremos vivos de este derroche de decibelios que ensordece y humilla a los pitiusos? Y ahora nos preguntamos ¿Acabarán por hundir a las Pitiusas al fondo del mar con estas explosiones de fracking o sea cual sea la guarrada que están inyectando al mar próximo a Castellón?
Uno teme lo peor cuando los ingenieros dicen que la situación está bajo control y que están estudiando los informes. Ya, ya. Esto se estudia antes. Pero ahora el peligro más grave es la miseria, los presupuestos generales del Estado de 2014 y la carencia de instalaciones como la radioterapia y otras muchas que nos tienen sumergidos en una España africana, en colonia ordeñable y a la que se deja que se emborrache, se drogue y haga cuanto ruido quiera para compensar. Pero estoy seguro: no nos hundirán.