Tiempo de granadas, piñas, piñones, castañas, avellanas, almendras y otros frutos secos que ahora nos llegan directamente desde el cuerno de la abundancia de la China gracias a Mercadona y a otros magos del transporte.
Se acercan estos días otoñales, tan teñidos de nostalgia y de recuerdos intransferibles. Hay que cascar piñones durante la noche de Todos los Santos y hacerlo con generosidad, dejando como olvidadas unas cuantas nueces y frutos sobre las mesas, por si se acercan las ánimas de nuestros difuntos y quieren compartir el otoño con sus deudos más cercanos.
El catolicismo celebra estas fiestas de recogimiento y de visita a los camposantos con cierta solemnidad discreta. Pero los ibicencos, además de católicos, somos fenicios y no podemos renunciar al eco ancestral de nuestra mitología doméstica.
No solo los antiguos egipcios enterraban a sus muertos venerables con abundancia de comida, joyas y vestidos para la vida de ultratumba. Casi todos los pueblos precristianos conservan algún trazo referente a estos ritos que nos enlazan con la vida de ultratumba. En Grecia, sin ir más lejos, no era aceptado el enterramiento de un familiar sin depositar una moneda a mano, de uno a tres óbolos, incluso bajo la lengua, para entregar a Caronte para que ayudara al temible paso del río Aqueronte (no el río Estigia como algunos creen). De no hacerlo así, el alma del difunto quedaba varada penando errabunda por la ribera durante cien años, concluidos los cuales el barquero los pasaba sin pagar y ellos proseguían su viaje entre tinieblas para ajustar cuentas con su destino.
Había mucha gente haciendo cola, como en las entradas a nuestra discotecas. Caronte tenía muy mala leche y como era quien debía remar, maldecía a los gordos, a los que iba relegando para un próximo viaje, que podía tardar en producirse.
Roma también nos transfirió gran parte de estas creencias, sin menospreciar la presencia judía en Ibiza. Y por supuesto, la omnipresencia fenicia y cartaginesa.
Yo intuyo el poso fenicio en esta minuciosa cena que podía durar horas, martilleando sobre las nueces o los piñones. La trencada de pinyons es una arraigada tradición. El idioma ibicenco usa trencar en el sentido muy concreto de cascar, quebrar violentamente algo sólido y compacto.
Para romper, tenemos rompre. Así no cascas con la novia, sino que rompes con ella: vean cuán importante es conocer el ibicenco para no meter la pata ni ningún otro órgano fuera de lugar.
La familia cenaba de frutos secos, iba dejando granos sueltos sobre la mesa, y por supuesto, no se apagaban los candiles durante toda la noche, porque los familiares fallecidos son muertos, pero no ciegos, y necesitan luz para desgranar la granada o escoger las mejores nueces.
Los niños no nos levantábamos en toda la noche por si acaso nos tropezábamos con algún tío muerto o alguna abuela fallecida luchando con la dureza material de unas nueces. Se les rezaba y se les añoraba, pero siempre a una honorable distancia y con el estómago lleno.
Los niños no nos levantábamos en toda la noche por si acaso nos tropezábamos con algún tío muerto o alguna abuela fallecida luchando con la dureza material de unas nueces. Se les rezaba y se les añoraba, pero siempre a una honorable distancia y con el estómago lleno.