Sa Caixota desplomada. Puede volver a ocurrir |
Hogaño han llegado sin timidez los días convulsos, acompañados de una gripe virulenta que te deja el cuerpo baldado. Primero fue el aviso de las lluvias masivas. Más adelante las lluvias regresaron con sus vientos destemplados que tanto daño suelen ocasionar cada año en nuestras costas.
Dejan huella. Siempre empleo la misma expresión: el agua saca a relucir sus escrituras. Aquellos distraídos o confiados que levantaron un garaje en el torrente o cerca de las aguas, de la noche a la mañana descubren que se han quedado sin nada. Lo mismo les ocurre a quienes construyen esperpénticos chalés en las laderas arcillosas de algunas zonas de la isla.
Al respecto leo que los geógrafos reclaman desde 2008 a Costas que tome medidas para evitar el posible deslizamiento del ayuntamiento de Ibiza y de gran parte del acantilado de la Peña, que como se sabido está formado por margas y arcillas que con el tiempo resultarán inestables. ¿Cómo no voy a estar de acuerdo con estos geógrafos si yo ya lo denuncié en los años 70, cuando incluso varias paredes interiores sufrieron grietas amenazantes?
Creo recordar que fue durante la alcaldía de Juan Prats o de Adolfo Villalonga (no lo recuerdo ahora). Se instalaron unos testigos de yeso, pero cuando estas tierras deciden derrumbarse no dan aviso. Son imprevisibles. Que se lo digan a los vecinos de sa Caixota en es Cubells.
Quiero decirlo claramente: Costas no hará nada si no ve una rentabilidad inmedita. Y dos: el acantilado puede derrumbarse en parte en cualquier momento, máxime desde la construción del dique de es Botafoc, que potencia la ferocidad de los embates marinos.
En los litorales de Valencia sufren el mismo mal que en las Pitiusas y por la misma causa y en las mismas fechas: las incontenibles tormentas de Levante que arrastran todo a su paso. En Alicante y Valencia son decenas los chaletitos de verano que han sido engullidos por el mar. En Ibiza también hemos pagado un alto precio, pero el problema es que la gente olvida enseguida y se recae en los mismos errores.
De todas formas, escribo esto a principios de febrero, que suele ser un mes de fríos contumaces, pero dudo que se repitan estas tormentas tan destructoras. Las tradicionales y acogedoras menguas de enero –cuando el mar encalmado desciende varios metros– han resultado casi todo lo contrario: días y semanas de tormentas muy belicosas. Ses minves de gener, decimos en las islas.
Dice la canción campesina que tras una marejada suele venir una bonanza. En Ibiza ha sido algo distinto por una vez: tras una sequía atroz, nos ha inundado un vendaval y un diluvio. Y la cosa no ha terminado.