Normalmente los ibicencos somos tímidos, casi demasiado. Miles de años de autarquía familiar y de dispersión campesina han moldeado nuestra forma de pensar y tendemos a cultivar nuestra individualismo, como si estuviéramos obligados a saber de todo para resolver cualquier imprevisto. Y en esto somos buenos. No se lo tomen a broma. Estas cosas condicionan el carácter individual y a la larga la idiosincrasia colectiva. Los pitiusos hemos caído de la Edad Antigua de los fenicios y de los romanos al siglo XX (hablo de 1955 en adelante), donde no se premia la individualidad, sino la organización y el conocimiento expandido, avanzado, colectivo, universal. Y en esto ya no somos tan buenos.
Es cierto que en el siglo XXI ha emergido una nueva generación que tiene poco que ver con los pioneros ibicencos y formenterenses que, a partir de los años cincuenta, levantaron el emporio turístico que hoy es codiciado y envidiado en todo el mundo. A esto se suma la llegada incesante de nuevos inmigrantes, que se suman a los hijos y los nietos de los que vinieron a Ibiza el siglo anterior. Todo unido, forma un nuevo magma social muy efervescente, aunque están por verse los resultados. Quizás se piensa que estar un mes en la isla ya otorga estatus de ibicenco. Ni de lejos. Hay mucha cursilería y seguidismo fashion que a nada conducen. Pero es cierto que Ibiza está muy lejos de aquellos 40.000 habitantes de mediados de los años Sesenta. Hay tres veces más y de composición muy diferente. Y todos juntos, una vez transcurridos los meses de pesadilla del verano, nos encontramos en una Ibiza llena de dificultades, contradicciones y barreras.
Los medios de expresión hoy en día ya no se reducen a uno o dos diarios impresos, unas emisoras de radio y una televisión que pocos miran por su desapego y falta de calidad. La gente puede expresarse sin moverse de la silla. Para bien o para mal, muchos ibicencos han perdido los temores a expresarse y lo hacen en las redes sociales: Twitter, Facebook, Instagram, Linkedin y otros son una ventana demasiado tentadora como para no utilizarla.
Los enormes problemas que acucian a Ibiza y Formentera y estas redes abiertas a la expresión sin más límite que el Código Penal, han inaugurado una etapa que será duradera y acarreará consecuencias. Como suele ser habitual, los políticos no se han enterado. La mayoría sigue tomando el pelo a los contribuyentes, pero cada vez les será más difícil esquivar sus responsabilidades. Y el peor error de todos sería ignorar esta queja permanente.