El fenicio anota en su Cuaderno Púrpura: el debate que aviva nuestro otoño ha estado presente en los últimos años, pero nadie le daba crédito. Ha bastado medio millón de turistas más de lo habitual para que muchos lo interpreten como un indicio de que el fin del mundo está cerca.
No sé los demás, pero a este fenicio, por decirlo, le han advertido para que cambiara de tema, incluso le han prohibido una entrevista (no en este Diario) y en suma, ha renunciado a algunas oportunidades materiales. Y otras cosas, pero no insistiré en lo personal, porque este fenicio no concursa, no compite ni está en el mercado. Se pasa el día navegando. Los fenicios jamás cobran por horas: serían impagables y, por otra parte, el arte de la cavilación se paga tan bajo como el de la navegación (por internet).
Pero me divierte observar el fragor de la batalla. Porque la batalla real ya se perdió a comienzos de los 80, ahora solo podemos asistir a un ritual dialéctico, que no sirve de nada; como mucho para bálsamo barato de algunas conciencias.
Aún no hemos devuelto los paquetes turísticos de septiembre –y perdón por llamarles paquetes a los paquetes– y ya veo quejas de algunos empresarios porque hogaño Ibiza también pueda ver seriamente disminuida la llegado de panteras grises. No habiendo tenido bastante con cuatro meses de estruendosa locura juvenil, ya exigimos a grandes dosis el contingente de ancianos hispanos. No vayamos a quedarnos sin.
En la efervescente discusión se agitan numerosos ingredientes: saturación turística, cierre de caminos vecinales que dan acceso a la costa, odio al turista, alarma ante las carencias evidentes de agua, tranquilidad y espacio y en algunos casos indignación por las agresiones de los decibelios, los vehículos, los delincuentes.
La saturación es temporal y coyuntural. Imagino que dentro de tres años, algunos países mediterráneos habrán absorbido a varios millones de turistas, lo cual rebajará la presión sobre Baleares. Los cierres de caminos vecinales y accesos en las costas debieran estar totalmente prohibidos y retiradas de inmediato las verjas, paredes y barreras. Sin excepción.
La tristeza y la indignación por las pérdidas, algunas irreversibles, de nuestro ritmo, espacio y recursos está justificada. La santa ira, que decían los viejos cristianos. Y añade el fenicio en el Cuaderno: ahora ya sabemos que tendrá que llover muchos inviernos seguidos para que el agua corra de nuevo bajo nuestros puentes. Pero no ocurrirá.