Hace cuarenta años que murió, un poco más: 22 de mayo
de 1974. Siempre que pasaba por el Rastrillo, donde tenía su trono
pétreo, marcado por la tinta derramada a lo largo de los años, me
detenía y contemplaba la velocidad de su trazo con una caña afilada
sobre el cuaderno de papel de calidad media.
Con el tiempo ya me veía bajar de lejos -yo vivía en
Dalt Vila- e intuía su alegría, que mitigaba sus dolores y sus
obsesiones. Sin parar de pintarrajear en trazos precisos, con
significado y con un orden , hablaba conmigo y lo hacía de tal forma
que parecía enlazar con la conversación del día anterior. A veces
pensaba que estaba obsesionado y resentido, pero otras me agradaba la
coherencia de su discurso ante la vida. No se andaba con prolegómenos
y no disimulaba su antipatías por los oropeles, protocolos, discurso
oficial y zarandajas. Todo ello tenía una razón de ser y queda
explicado para alguien que conozca algo de su vida y la de su madre.
No
pocas veces me recomendaba mirar lejos y no enredarme en la madeja de
Ibiza, un fenómeno social curioso del que es mejor estar exento.
Tira sa pedra lluny,
me decía en un ibicenco prístino y ocurrente.
Me veía muy joven, pálido, quizás resacoso, melenudo,
sin dinero, inconforme y disconforme. Me leía. No se perdía en
elogios, pero dejaba entender que armonizaba con mi espíritu rebelde
y él, ya árbol notable y añejo, preveía en mi futuro muchos
nubarrones si no lanzaba la piedra lejos.
Cuando le pregunté por la poca duración del Grupo
Puget (Antonio Marí Ribas, Antonio Pomar, Vicente Calbet y Vicente
Ferrer Guasch), una especie de réplica autóctona del Grupo
Ibiza-59, inicialmente farfullaba una serie de generalidades, pero al
cabo de unos minutos ya me confesaba una disparidad de pareceres
irreconciliables. Ferrer Guasch se movía como pez en el agua en la
oficialidad, discursilería y boato del franquismo y supo extraer de
él buenos resultados. Pero a nuestro 'Portmany' se le atragantaba
precisamente esto. También a Calbet.
Antonio Marí Ribas tenía una vida muy sobria, parca,
sus animales domésticos, su colección de indumentaria payesa, sus
poquísimos amigos, su ABC en el que leía los textos del marqués de
Lozoya (así firmaba: Marqués de Lozoya), un historiador del arte,
académico a la sazón muy prestigioso, popular, respetado. Marí
Ribas sentía por él veneración y gratitud. Jamás le oí un solo
reproche, justo lo contrario, se sentía en deuda con él.
Para
ser justos, el marqués detectó con agudeza el talento sólido y
arraigado de Marí Ribas. Y lo escribió. Esto para el genius
loci de Ibiza, incomprendido y
relegado, fue como agua de mayo y en parte le endulzó los dolores de
los últimos días. Todavía le añoro.
Diario de Ibiza
27 mayo, 2015