No nos asustan los fuegos fatuos de nuestras entrañables festividades religiosas, las mismas que con todo descaro desprecian nuestras autoridades, a excepción de aquellos momentos rituales en que ellos toman el lugar del santo o de la Virgen y se convierten en los protagonistas. Por San Jaime, Santa María y San Ciriaco sonreíd: os estamos filmando.
Una de las servidumbres del cargo es que se debe asistir por razones de protocolo a desfiles que son un coñazo, como dijo Rajoy, y a procesiones, incluso a misas cantadas que nos hacen sudar la gota. Pero nadie les ha obligado a punta de pistola a ser alcaldes, concejales o consejeros.
Los ibicencos seguimos siendo cristianos de baja intensidad (algunos de intensa) y no nos gusta que en actos señalados vayan mal vestidos –parece que algunos de Podemos acaban de salir de una cuadra de mulas– ni que ignoren nuestras celebraciones con petulantes enfrentamientos estériles.
Los fuegos artificiales habrán iluminado a los feligreses formenteranos por San Jaime y es probable que algún fanático pagano exhiba alguna bandera de los inventados países catalanes por la febril imaginación de Joan Fuster. No existen ni han existido jamás.
Sobre los otros fuegos parece que el verano se comporta. Ibiza ya ha sufrido en su historia reciente devastadores zarpazos y muestra estas crueles cicatrices en los pinares calcinados. Salvo algunos focos, apagados casi al instante, hogaño las Pitiusas no han sufrido el embate irremediable de los incendios. Esto es casi un milagro, sabiendo la densa y frondosa capa de vegetación pinosa que recubre la superficie de ambas islas.
Queda mucho verano y mejor no mentar la soga en casa del ahorcado, pero espero que las dotaciones de vigilancia e intervención sigan con este promedio de alta eficacia en la garden city que es Ibiza y Formentera.
Cuando tenemos controladas estas chispas que se inician en el mundo rural, parece que la estupidez humana, o el infortunio o la locura no pueden descansar sin provocar accidentes en principio evitables: vehículos ardiendo, lanchas o barcos que se prenden fuego por los gases acumulados o pisos o viviendas habitadas. Llama la atención que en el campo los controlemos, pero en la ciudad no sepamos calibrar el peligro de nuestras acciones.
Y el verano va pasando. Ya solo nos queda esperar la tromba de agua que caerá en septiembre o antes.