Cencerros de Grazalema, pero los hay en toda España |
Cuando en Ibiza sonaron algunas cacerolas como recio instrumento musical de protesta me vino a la cabeza un pensamiento: «Una nueva aportación cultural de la izquierda y además muy adecuada para facilitar los recursos de la reflexión y el pensamiento».
Obviamente yo me estaba equivocando, porque en el origen geográfico de la cacerolada (Argentina, Uruguay) no encontramos lo que podríamos llamar por convención una ´izquierda´ en exclusiva. La cacerolada aúna en una síntesis final a la miseria y a los miserables más absolutos, víctimas sin duda del saqueo más cruel por parte de las clases dirigentes, sean justicialistas, peronistas o conservadoras. El ladrón no tiene ideología y es hongo que crece abundantemente donde quiera que las circunstancias le ofrecen las condiciones imprescindibles: poder, impunidad y descontrol.
Ahora nos llega de Montevideo y de Buenos Aires una modalidad (iba a a escribir nueva, pero no lo es) muy contagiosa: el escrache. En Chile le llaman funa, en Perú se conoce por roche.
Digamos la verdad: en España, una parte del país puso de manifiesto su brutal violencia con lo que se ha ido conociendo por kale borroka. Las adacolaus y algunos anarquistas pretenden atemperar el calificativo y se irritan si se les recuerda que esta delictiva actividad está tipificada en el Código Penal y constituye delito con agravantes evidentes.
Aznar cortó de raíz esta ocupación violenta de las calles en lo que se llamó eufemísticamente ´terrorismo de baja intensidad´. No tan baja.
Retuercen la ley y la lógica, aprovechándose del drama humano que constituye un desahucio, aunque curiosamente este impulso de bondad cristiana solo les ha empezado a afectar cuando gobierna el PP y no cuando han visto que al menos seis millones de españoles perdieron el puesto de trabajo. Muy burdo.
Incluso en el País Vasco los escraches irán –leo hoy– dirigidos contra Barreda y Basagoiti, pero no contra quienes gobiernan o han gobernado el País Vasco: IU, PNV, Bildu, PSOE, etc.
En fin, la conclusión es transparente: en general, son los mismos –a veces muy bien subvencionados– que estuvieron en el 15-M o en los actos vandálicos de okupas que arrasaron la zona de Gracia en Barcelona durante años con total impunidad, bajo la mirada complaciente del tripartit.
Ellos no lo saben, pero este acoso a personas y cosas es muy antigua. En Ibiza teníamos la cencerrada, contra aquellos viudos que volvían a casarse y las empaiades (empajadas, de paja). Hace unos meses se hizo una empaiada a un cargo político del PP de Formentera. Bueno, las cencerradas solían acabar en sangre, motivo por el cual las prohibió Carlos III (siglo XVIII). Ahora regresa esta porquería y el Partido Popular, con mayoría absoluta, se queda silbando, hasta que ocurra alguna desgracia irreparable.